Cuando dos almas se reconocen el hijo rojo del destino se tensa y ahí es cuando somos conscientes de que alguien a quien no sabíamos que esperábamos ha llegado.
El encuentro
Un hombre joven y apuesto se dispone a entrar en el hospital cuando choca con una hermosa mujer que sale apresurada. Sus miradas convergen y se anclan la una a la otra por unos instantes que les parecen eternos. Los segundos suenan tic tac tic tac, pero deben separarse pues más gente quiere entrar y más gente quiere salir. Los dos dan un paso hacia el mismo lado y vuelven a quedar frente a frente. Se sonríen, pero esa sonrisa solo se refleja en sus ojos por culpa de la mascarilla que ambos llevan. Vuelven a intentar cederse el paso y sus cuerpos bailan hacia el mismo lado de nuevo. Intercambian otra mirada sonriente y finalmente él se echa hacia atrás para que ella pueda salir. Sus cuerpos se acercan y se alejan en lo que dura una respiración. Él capta un leve perfume que se refugia para siempre en su memoria. Ella se lleva un pedacito de la calma que él transmite. La electricidad suena crepitando porque sus meñiques, durante un segundo, se han rozado. El hilo rojo del destino se ha tensado y destensado y ya dos almas se reconocen.
El hilo rojo del destino marca el momento cuando dos almas se reconocen, pero hay almas que necesitarán varios encuentros para aceptar su destino
La espera
Ella está nerviosa. Lleva nerviosa semanas. Las noticias no son buenas, pero debe aceptarlas y confiar. Está intentando calentarse las manos con la infusión que ha de calmar sus nervios cuando levanta los ojos y lo ve. Él, otra vez. Su temerosa mirada cruza la cafetería del hospital para ir a parar a sus ojos azules, esos que él levanta y paran en los suyos. Dos almas se reconocen de nuevo. Ella está sola, él acompañado. Ambos querrían hablarse, comprobar que sus voces les son familiares a pesar de no haber intercambiado jamás palabra alguna. El misterio de sus bocas queda desvelado porque los dos se han quitado las mascarillas. Se ven los labios, se sueñan un beso imposible y acaban apartando las miradas porque el anhelo inesperado duele demasiado. La hora de la visita se le acerca a ella, una llamada urgente le llega a él. Cuando él vuelve a buscarla ella ya no está.
Dos almas se reconocen sin verse porque el hilo rojo del destino las une incluso a través del espacio y del tiempo.
La llamada
– ¿Diga? – contesta ella la llamada.
– Llamo del hospital para hacerle unas preguntas. Soy el cardiólogo que la operará mañana – explica él frunciendo el ceño. Esa voz…
– De acuerdo. Le escucho – y ella querría escuchar esa voz para siempre porque la ha calmado, porque ha sentido que todo estaba bien. Su corazón ha reconocido esa voz y le confiará su latido al día siguiente.
La conversación se alarga; ninguno de los dos quiere colgar. No se están viendo, pero se están mirando porque el hilo rojo del destino vuelve a tensarse cuando dos almas se reconocen.
En el momento más difícil de un ser humano, el hilo rojo del destino se tensará para que dos almas que se reconocen puedan finalmente unir sus vidas.
La operación
Ella yace en la camilla con su pelo oculto bajo el gorro verde. Lleva la mascarilla que hace meses acompaña a todo el mundo y un ángel disfrazado de enfermera la tapa para que no coja frío. El suero gotea en tic tac marcando los segundos previos a que la duerman. Sobre ella focos potentes han de iluminar el camino hacia su corazón. Un corazón con una arteria en problemas. Una arteria que, según cuenta alguna leyenda que ha leído, cruza su cuerpo hasta llegar a la punta del dedo meñique. Cuando sale del dedo meñique lo hace en forma de hilo rojo del destino. Ese hilo conecta todas las almas y hace que cuando se encuentran, se reconozcan.
La espera en quirófano empieza a ponerla nerviosa, pero alguien se ha parado a su lado y su dedo meñique nota el cálido tacto de esa persona. Eleva los ojos y unos iris azules la sorprenden. Él también lleva gorro y mascarilla, pero sus ojos azules ya viven en su corazón estropeado desde la primera vez que los vio. Lo reconoce.
La fuerza del hilo rojo del destino
El joven doctor siente un tirón en su dedo meñique que de manera inexplicable ha ido a unirse al de la paciente a la que ha de operar a corazón abierto. Es la joven con la que no podía dejar de hablar por teléfono y, cuando busca sus ojos para conocerla, resulta que su alma ya la había reconocido. Ve en su mirada que ella confía en él y él no puede permitirse dudar. Ha de operarla.
Ella despierta entre luces, pitidos y cables pero no teme. Lo siente a su lado tomándola de la mano. Encuentra sus ojos azules y sus miradas hablan. Ya no se separarán jamás porque el hilo rojo del destino ha vuelto a tensarse haciéndoles entender que sus almas han de seguir el trazado marcado por el destino.
Isabel Cánovas